El gato con botas
6 cuentos populares de animales

Un molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor le tocó solo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:
– Mis hermanos podrán ganarse la vida trabajando juntos; pero yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.
El gato, que escuchaba estas palabras le dijo en tono serio y pausado:
– No estés triste, solo tienes que darme una bolsa y un de botas para andar entre los matorrales y verás que tu herencia es mejor que la de tus hermanos.
Aunque el amo del gato no tenía grandes esperanzas puestas en el animal, quiso darle una oportunidad.
Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso pasto en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando de los cordones, lo encerró.
Muy orgulloso de su presa, fuese a palacio para hablar con el rey.
– Aquí tiene, majestad, un conejo de campo que el Marqués de Carabás quiere regalarle.
– Dile a tu amo que le doy las gracias y que me agrada mucho.
En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue a entregarls al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.
El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:
– Si quieres que tu suerte se complete no tienes más que bañarte en el río, en el sitio que te mostraré, y yo haré el resto.
El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
– ¡Socorro, socorro! ¡El Marqués de Carabás se está ahogando!
Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás. Mientras, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.
El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el Marqués de Carabás. El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar le sentaba como un guante, la hija del Rey se enamoró de él.
El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:
– Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de Carabás, os haré picadillo.
Cuando pasaron por ellos, el Rey preguntó a los campesinos de quién eran esos terrenos. "Del señor Marqués de Carabás", respondieron sin dudar.
– Tenéis aquí una hermosa parcela –dijo el Rey al Marqués de Carabás.
– Es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia.
– Me han asegurado que puedes convertirte en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.
– Es cierto, y para demostrarlo verás cómo me convierto en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén trepó a las canaletas. Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.
– Además me han asegurado, pero no puedo creerlo, que puedes adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, de un ratón y me parece imposible.
– ¿Imposible? Ahora verás. Y se transformó en un ratón. Apenas lo vio, el gato se echó encima y se lo comió.
Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey:
– Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás.
– ¡Cómo, señor Marqués, este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.
El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica comida que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día y que no se habían atrevido a entrar al ver al Rey allí. El Rey, encantado con el señor Marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:
– Solo de ti dependerá que seas mi yerno.
El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese mismo día se casó con la Princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas más que para divertirse.